Charles Henry Bukowski: Apuntes sobre la sinfonía del asco
Una poesía digna de ese nombre comienza
por la experiencia de la fatalidad.
Sólo los malos poetas son libres.
E. M. CIORAN
Bukowski, el llamado último escritor maldito de Estados Unidos, está sentado
entre varios escritores(as), personalidades e intelectuales famosos. Entre
ellos está el psicoterapeuta que trató a Antonin Artaud hasta la locura
literalmente. Bukowski lo mira con horror. Estira las piernas. Lleva
varias horas de beber incansablemente. El moderador de la charla luce
ansioso e incómodo. El viejo Bukowski pide una botella de vino y convida a
su anfitrión un poco. Este lo rechaza. Comienza la charla.
¿Considera que el trabajo literario de X una escritora presente es bueno?
Bukowski responde a lo solicitado dirigiéndose a la aludida. Déjame ver tus
piernas y lo sabré. El moderador luce irritado. Bukowski no deja hablar a
nadie. Se burla de los presentes y hace ruidos y señas de variopinta
confección. El moderador le pide, intentando ser discreto, que se calme.
Bukowski responde poniéndose de pie y desapareciendo de la cargada escena.
Los insultos salen de su boca con ferocidad. Otra tarde normal para el gran
escritor y poeta estadunidense Charles Henry Bukowski; pero no para los
millones de televidentes franceses que, entre divertidos y horrorizados,
contemplan todas las escenas como si en sus abúlicos aparatos algo se
hubiera echado a perder. La solemnidad y el buen juicio habían sido
destrozados durante unos instantes preciosos. Sus vidas ascépticas y
mortalmente aburridas podían respirar de nueva cuenta.
Charles Henry Bukowski, el legendario borracho creador de buena parte de la
prosa más directa y cruda que jamás se haya escrito en la literatura, ha
fulminado la noche de gala literaria en vivo, planeada ex profeso para
comentar frente al exigente público europeo la importancia de su obra. En
las puertas de la estación de televisión Bukowski saca la navaja que trae
consigo y grita como poseído: Déjenme salir. Déjenme salir, malditos.
Consternados, los empleados de la estación televisiva y los serviciales
guardias de seguridad lo ayudan a salir. Y lo adoran. Después de todo, sólo
alguien como él podía pasar en segundos de invitado de honor a invitado de
horror. Esta es una típica escena de la vida de cualquier borracho, dijo
Bukowski más tarde, al ser cuestionado por la naturaleza de sus actos en
aquel celebérrimo programa literario, lo que pasa es que no a todos los
borrachos los persigue una cámara y un público; ya ni recuerdo qué pasó. Al
otro día, los principales diarios de Francia y buena parte de Europa
comentaron maravillados el hecho. El muy popular pero adormecedor programa
de televisión cultural había sido revivido por un huracán de carisma
inobjetable. Un huracán fabricado con los vientos reconfortantes y
destructivos del alcohol.
El infame horror de la sobriedad
En una ocasión un extraño conocido que me regaló la novela Hollywood de
Bukowski, me dijo y lo pude comprobar en los garabatos de la tarjeta que
transportaba entre las hojas del libro funcionando a manera de breve
separador que le divertía enormemente estar llevando la cuenta de cuántas
veces y cómo ante cualquier razón o pretexto salía a relucir el tema del
alcohol en dicho libro, sea que lo estuviera consumiendo o compartiendo o
extrañando, o todo a la vez. En menos de cien páginas de lectura llevaba ya
una cuenta de más de 40 momentos alcohólicos de diversa manufactura. La
compleja presencia del alcohol en el trabajo literario de muchos de los más
grandes escritores y poetas es un hecho fundamental. Hemingway, Céline,
Dostoievsky, Morrison, Miller, etcétera, etcétera. Según diversos
especialistas en el tema doctores, psiquiatras y alimañas similares el
escritor destaca entre los artistas como un ente de sensibilidad exacerbada
que se atreve a no tolerar la crudeza cotidiana de la vida; al menos no sin
recurrir a la droga legal, favorita de la hipócrita sociedad actual. Basados
en la errónea concepción de que el alcohol es un excitante como sí lo son
en cambio la cocaína, el café, el cigarro y hasta el té, olvidamos el
poderoso relajante-deshinbidor que es en realidad el alcohol, un adormecedor
que altera los sentidos a fuerza de entumirlos. En la vida descaradamente
expuesta del alma creadora especialmente en la vida de la literatura y de
sus esclavos un continuo analizar, teorizar y retratar la patética raíz de
la existencia suponiendo que se sea un escritor real, es decir uno que no
escriba sobre ensoñaciones mentales. Requiere fuerzas más allá de lo
normal, escudos emocionales no aptos para cualquiera y que, si no se
adormecen de vez en vez, llevarán muy probablemente al manipulador del
alfabeto a la locura, o peor aún, a una agregaduría cultural de una
embajada. Según los especialistas y los psicólogos esos orates titulados
que pretenden dominar los entresijos de la desesperación tal es el casi
incaptable destino del que opta por escribir los detalles de la farsa
existencial. Es muy interesante saber entonces que, al comentar sobre su
alcoholismo feroz, Charles Bukowski decía sin ambages que sólo era una
manera de pasar el tiempo.
La muerte, el dinero, las apuestas, las mujeres y otros engaños
¿Qué otra cosa hacemos los habitantes de este sanguinario planeta que jugar
a matar el tiempo, mientras el tiempo hace exactamente lo propio, resultando
además y siempre el único triunfador? A través de su narrativa truculenta y
exquisitamente baja y también de su poesía frenética, Bukowski halla el
peso neto de la vida: siempre se pierde, sin importar las ganancias
económicas o la fama o los logros y el éxito. Al final del camino sólo nos
espera un cadáver trasquilado por la dureza del camino, una tumba abierta
para la engorda de los gusanos, y para mayor mala suerte, hasta con la
presencia de familiares y demás fantasmas que sólo remarcarán nuestra
soledad amortajada. Pero claro, siempre existirá la esperanza de morir ante
el contacto liberador de un estúpido balazo. Morir antes de que nos
convirtamos en caricaturas fosilizadas. Bukowski analiza a fondo la materia
sucia de la vida, sin teorizar ni filosofar, sin la necesidad de la agresión
del pensamiento. Bukowski descubre a la vida básicamente como un mal viaje,
un mal pasón experimentado por los humanos idiotizados ante el paso
enajenante de la rutina y de sus demonios disfrazados de progreso, moral y
superación. En el cuento Un mal viaje que se puede leer en el libro de
relatos La máquina de follar (Anagrama 1999), escribe lo siguiente se
refiere evidentemente a las drogas llamadas fuertes:
…en el fondo, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo
ha sido moldeado y envenenado previamente por la sociedad misma. Si un
hombre está preocupado por la renta, las letras del coche, los horarios, una
educación universitaria para su hijo, una cena de doce dólares para su
novia, la opinión del vecino, levantarse por la bandera o qué va a pasarle a
Brenda Star; una pastillla de LSD probablemente lo vuelva loco, porque, en
cierto modo ya lo está…, ¿un mal viaje? Todo este país, todo este mundo,
es un mal viaje, amigo. Pero te meterán en la cárcel por tomarte una
pastilla.
Bukowski emplea su inteligencia desolada para detenerse en la consideración
de los hechos tangibles de la vida; no en las taimadas y falsas esperanzas o
en las sórdidas ilusiones que a diario se venden en el mercado de los
ingenuos. Bukowski sabe que el paso del humano por la Tierra es, a fin de
cuentas, una cruenta comedia que se alimenta día a día con los nuevos
humanos que en cantidades nauseabundas llegan a cada segundo a nuestro
enfermo planeta. El humor mordaz y las pinceladas negras en la escritura sin
concesiones de Bukowski desnudan de manera precisa el cadáver apestoso del
Rey de la Creación. Un rey leproso mejor representado en el macho, en ese
varón enclenque que vive sometido a los designios volubles de la mujer y de
su jefe; un fulano que añora abandonar el anonimato a través de una familia
que lo atrapará por el resto de sus días; un animal acomplejado que tragando
los orines del amor hallará el veneno que satisfará su ego y su necesidad de
cadenas. Es en ese marco de cosas que no existe nada como el dinero para
catalizar la basura existencial, la necesidad patética de complacer a los
demás a través del despliegue de una cartera bien nutrida. La lucha de
Bukowski por el dinero es la lucha del perdedor, la lucha del negado al
triunfo, la lucha del forajido que cree en las apuestas de caballos como en
la redención del orgullo hecho jirones.
Bukowski, quien experimentó al final de sus días la extática amargura de
verse obligado a manejar un Mercedes Benz y a vivir en una casa con jardín,
denuncia en sus libros, con habilidad y entereza no exenta de
contradicciones, todos los engaños de la vida, y en esa denuncia cava su
propia tumba. La tumba del renegado holgazán. La tumba del nihilista que va
al circo sólo para ver morir a los equilibristas.
La vida, consternación y risas
La escritura de Bukowski se alimenta de una elocuente y desenfrenada
experiencia de vida, marcada desde su nacimiento en Alemania, que toca fondo
en un cúmulo de historias que se antojan exactas y faltas de tontas
pretensiones literarias y de trascendencia, que se perciben como el corazón
de un deleite liberador por contar historias, por hablar de la vida y de sus
gajes, por vaciarse vomitándose saludablemente sobre el lector para
contaminarlo con la sabiduría que sólo da la práctica. Bukowski se divirtió
indudablemente al escribir y también se convirtió en un asesino virtual que,
sin empacho ni trabazón, escribió sobre el sexo, el aburrimiento, la mugre,
los traseros apestosos, los impuestos, las carreras de caballos, los viajes,
los filósofos, los miserables estadunidenses, los ricos estupidizados a
fuerza de hundirse en su bonanza, las mujeres y sus trucos letales, los
engreídos artistas, la ausencia de Dios, los intelectuales que publican
revistas que nadie lee, etcétera, etcétera. El consabido fraude de la vida,
pero escrito y descrito de manera impecable y sin mayores adornos. Textos
escritos con filo y sin depuraciones preciosistas. Carne arrancada de las
vísceras aplastadas de un humano cualquiera. Humano primero, borracho
después, escritor en las últimas, Bukowski fue una portentosa y muy
afortunada aparición en el mundo de la delicadeza literaria: en sus excesos
vivenciales hay verdades que queman cauterizando lo falso, en sus gráficas
descripciones sexuales hay una desacralización cálida de la vida que sólo
admite consternación y risas. A pesar de esto, Bukowski sin ser en manera
alguna un escritor elitista su prosa es fresca, innovadora, sin
rebuscamientos tediosos y además, por si fuera poco, terriblemente
divertida no es para cualquiera. Se requiere una mente en óptimo estado
desencantado, en franca rebeldía neuronal; un corazón no mojigato y una
necesidad de ver más allá de lo que todo el sistema englobado en la tríada
del infierno de infiernos: familia, religión y sociedad quiere que se vea.
Cuatro libros en contra
Los libros de Bukowski pueden servir, entre otras cosas, para darnos cuenta
de que sí hay una vida más allá de las manos incestuosas de los padres, más
allá de la esclavitud quincenal controlada por un reloj checador y más allá
de un Dios que, seguramente, después de mil intentos por enmendar Su error
al habernos fabricado, nos ha abandonado hasta nuevo aviso. La partitura de
la sinfonía del asco ese hato de flatulencias, excrecencias, impulsos,
tonterías y credulidades de la cotidianidad reflejadas en la narrativa de
Bukowski quedó vilmente interrumpida el 9 de marzo de 1994, pero hay más de
6 mil millones de razones para que se siga interpretando día a día. Aquí hay
un breve resumen de algunos de sus mejores libros (desafortunadamente
traducidos por españoles, pero absolutamente conseguibles gracias a la
fuerza de Editorial Anagrama):
La senda del perdedor Palizas, abusos, decepciones, hipocresías y todas las
clásicas joyas familiares que provocaron la furia básica de Bukowski, están
aquí en la forma de una punzante novela que, enmarcada en una Norteamérica
orgullosa de irse a morir en una guerra, conmueve y desgarra más allá de lo
concebible.
Mujeres A Bukowski siempre se le tachó de misógino honor que él rechazaba
frecuentemente simplemente por retratar a las mujeres tal y como son. La
polémica arrecia en este soberbio libro desde su premisa inicial: tenía 50
años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro. Indispensable
preparar los pañuelos para los frecuentes ataques de risa, y de ira.
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones Libro de cuentos saludablemente
maniáticos que lo mismo obsesionan que humillan, lo mismo acaban con las
seguridades emocionales que se pudieran conservar, que lo obligan a verse en
espejos multiformes embarrados con sangre y estiércol que ocultan oro puro.
Apto para leerlo en voz alta a abuelitas descocadas.
Escritos de un viejo indecente Experimentación pura. Dolor y muelas
partidas. Cero signos de puntuación. Historias absolutamente concebibles si
se ha visitado el hospital para morir a los 33 años. En este libro de
relatos no hay reglas preconcebidas ni hay manera de saber qué demonios
sigue. Fuerza brutal cincelada con diamantes, la narrativa de Bukowski
eclosiona hasta el punto de hacernos desear ver a la noche fornicando con el
día y sin red de seguridad.
El borracho
TITULO ORIGINAL | Barfly | ||
AÑO |
|
||
DURACIÓN | 97 min. | ||
PAÍS | |||
DIRECTOR | Barbet Schroeder | ||
GUIÓN | Charles Bukowski (Biografía: Charles Bukowski) | ||
MUSICA | Jack Baran & Varios (W.A. Mozart, Händel,
Gustav Mahler, L.V. Beethoven) |
||
FOTOGRAFÍA | Robby Müller | ||
REPARTO | Mickey Rourke, Faye Dunaway, Alice Krige, Jack Nance | ||
PRODUCTORA | The Cannon Group / Zoetrope Studios | ||
GÉNERO Y CRÍTICA
|
Drama biográfico / SINOPSIS: Joven escritor alcohólico y genial,
Henry Chinaski pasa su vida en los bares. Su preferido es el «Golden Horn», frecuentado por un variado grupo de vagabundos, prostitutas y otros desechos de la sociedad. Henry se lleva muy bien con Jim, el barman de día, pero discute frecuentemente con el barman de noche, Eddie, iracundo y fanfarrón. Sus peleas son objeto de apuestas por parte de sus clientes. Cuando gana, Henry gasta su dinero recorriendo el resto de bares del barrio. Así es cómo encuentra a Wanda, una mujer todavía bella y tan alcohólica como él. (FILMAFFINIT Hank Chinaski es escritor. Crea poemas y relatos que luego envía a revistas literarias, pero éstas siempre rechazan su trabajo. Para pagar las pensiones baratas en que malvive y su adicción al alcohol, acepta trabajos temporales como obrero, portero o taxista, aunque nunca dura demasiado en ellos. Sus motivaciones vitales no pasan por trabajar para tener dinero con el que comprar cosas caras; a él le gusta apostar en el hipódromo, amar apasionadamente a dos mujeres, Jan y Laura, a quienes les gusta tanto la bebida como a él, observar las pequeñas cosas y escribir, siempre escribir. Hank piensa que sólo se puede vivir de verdaes i uno está dispuesto a llegar hasta el final, arriesgándolo todo sin saber si te vas a quedar solo y sin nada. Después de que Jan, su gran amor, le abandone por otro hombre, Hank recibe una inesperada llamada de una prestigiosa revista literaria. (FILMAFFINITY «Posiblemente una de las mejores adaptaciones de un trabajo de Bukowski, incluso comparable a su propio guión de ‘Barfly’ (El borracho, 1987) (…) de humor taciturno y sorprendente calidez» (Leslie Felperin: Variety) un poco académica para contar historias tan tortuosas, es cierto, pero no menos efectiva. El borracho
Charles Bukowski (1920-1994) fue el último escritor «maldito» de la literatura norteamericana. Ha sido comparado con Henry Miller, Céline y Hemingway , entre otros autores, y ha inspirado numerosas películas como Barfly de Barbet Schroeder y Ordinaria Locura de Marco Ferreri. Durante cinco décadas, sus libros fueron mordientes crónicas del lado salvaje de la vida, y le ganaron millones de devotos lectores en todo el mundo. Pero como él mismo indica en alguno de sus libros autobiográficos (como en su diario o en el relato de su gira europea) fue en Europa donde lo descubrieron. Los lectores americanos siempre tuvieron miedo. En un artículo publicado en el periódico californiano San Francisco Chronicle se puede leer la siguiente reseña: «Ningún escritor norteamericano contemporáneo ha descalificado el sueño americano con tanta perseverancia como Charles Bukowski.» Seguramente fue por la osadía de Buk que surgieron sus lectores en América: murió en una gran casa de Hollywood a los 73 años . Vivía con una hermosa mujer y estaba rodeado de gatos.
POEMA DE CHARLES BUKOWKI. pájaro azul hay un pájaro azul en mi corazón que las ventas de mis libros sólo le dejo salir RECOMIENDO QUE LA VEAIS YO LA TENGO Y LA HE VISTO INFINIDA DE VECES. ERNESTO. |