Lunas de Otoño

Primera Luna

La noche se negó a parir su concierto de estrellas
y el silencio reinó al compás de la danza de los dioses.
Nada pudo romper el sortilegio de esta luna de otoño
inmensamente hermosa, inmensamente triste
como el recuerdo de tus besos.

Segunda Luna

Mi alma se desnuda y sufre bajo tu mirada cómplice
y el silencio me golpea con la ausencia de su nombre.
¿Dime a dónde irán a parar mis lágrimas luna de otoño?
Los versos húmedos de este poema inconcluso
que se pierden en este otoño gris
errantes, solitarios, soñadores e inquietos.

Tercera Luna

En esta luna solo hay silencio
ese silencio inmóvil, frio, hiriente y mortal
que emana de tu ausencia.

Cuarta Luna

Esta noche me invaden tus urgencias más íntimas
tus explosiones de amor
el llamado al gozo de tu salvaje geografia.
Esta noche descubro tu sudor en mis playas
y me pierdo en el milagro de tu sexo
buscando convertir tus aguas mansas
en un mar tempestuoso y violento.
Sin embargo esta noche tu presencia es solo un recuerdo
un sueño reflejado en el espejo triste de esta luna
mi cuarta luna
que le quito a mi cuerpo tu mar hambriento de caricias.

Quinta Luna

 

Sombras, son solo sombras
las que habitan mis noches,
retazos de sueños
en el mar de los espejos rotos,
las aves grises del pasado
en su vertiginoso vuelo hacia el sur,
almas vagabundas sedientas de besos,
rostros interminablemente tristes y ajenos,
ajenos a la luz de una sonrisa.
Sombras, son solo sombras.

Sexta Luna

Hoy visto tu color melancolía
y me cobijo con el abrazo de estos vientos de octubre.
¿Quién le ha robado a mi lienzo sus celajes y golondrinas?
¿Por qué la plaza no viste sus mejores galas?
¿Por qué los campanarios no están llenos de palomas?
¿Por qué este otoño gris?
¿Por qué?

Séptima Luna

He llegado a mi séptima luna
la antesala a la nieve del olvido
al invierno hostil de la carencia de tu nombre
de tu rostro y su luz,
de tus labios y sus mieles, de tus manos y sus fuegos,
de tu cuerpo y sus sudores, de tu vientre y su humedad,
de ti
He llegado a mi séptima luna
y no me quedan fuerzas o lágrimas,
ni siquiera para morir, ni siquiera para llorar.

 

Carlos Ungo.

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